Las Mujeres de la Biblia

Colección Cristiana

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Rahab fue una prostituta nativa de Jericó. Esta mujer había escuchado de los milagros que el Dios de Israel, Jehová, había hecho a su pueblo, y su fe en Él comenzó a crecer en ella. Entre tanto, los israelitas debían cruzar esa región para llegar a la “Tierra Prometida”, entonces decidieron enviar dos espías para saber sobre la seguridad de esa ciudad.

No obstante, estos espías fueron descubiertos por guardias del rey; y aunque ellos se escondieron, esa era una ciudad pequeña rodeada de una gran muralla. En su escapatoria, los espías israelitas y Rahab se encontraron, y ella se ofreció a ayudarlos y salvarlos con una condición: cuando ellos llegaran a atacar la ciudad, la protegieran a ella y su familia. Ellos aceptaron. Rahab los escondió y ayudó a escapar. Luego, los israelitas le pusieron a Rahab algunas condiciones:

Primero, ella no podía contarle a nadie sobre esa misión. Segundo, su familia debía quedarse dentro de su casa durante el ataque. Por último, le dijeron que pusiera un cordón rojo en la ventana de su casa para poder identificarla.

Rahab cumplió con lo acordado, y cuando los israelitas tomaron a Jericó, la salvaron a ella y su familia. Más tarde, Rahab se casó con un israelita. Este hecho la convertía en predecesora del rey David y Jesucristo (Josué 2:1-24; 6:25; Mateo 1:5-6, 16).

Catequesis:

¿Qué aprendimos de Rahab?

Rahab nos enseña que con fe en Dios y suficiente valor podemos hacer el bien; incluso, salvar vidas, como las de los dos espías israelitas que ella ayudó a escapar de una muerte segura, si eran capturados en la región de Jericó.

Las Sagradas Escrituras dicen que Rahab es modelo de fe cristiana (Hebreos 11:30-31; Santiago 2:25). Su historia nos recuerda que al Señor sólo le importa la fe y pureza del corazón. Cuando lo buscamos y nos arrepentimos, Dios perdona nuestros errores del pasado. Su Amor es grandioso y su Misericordia infinita.

Rahab era una de las hijas de Dios, y se arrepintió de sus pecados. Así como a Rahab, el Señor, nuestro Padre celestial puede perdonar a todos sus hijos pecadores, cuando su arrepentimiento es sincero. Jesús dijo:

«Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento» (Lucas 15:7).