Las Mujeres de la Biblia

Colección Cristiana

Nelfa Chevalier/Amazon.com

Míriam fue la hermana de Moisés y Aaron. Fue una persona muy importante para el pueblo judío. Las sagradas escrituras la llaman Profetisa, porque ella era la encargada de transmitir los mensajes de Dios Padre. Recordemos cuando el Señor destruyó el ejercito egipcio en el mar Rojo, y Míriam cantó una canción de victoria junto a los israelitas (Éxodo 15:1; 20, 21).

Sin embargo, tiempo más tarde, Míriam y Aarón comenzaron a criticar a su hermano Moisés. Quizás, ellos lo hicieron por envidia; Moisés era el líder de los hebreos y todos debían respetar sus ordenes. Pero como todos sabemos, Dios lo sabe todo, y le dio una lección inolvidable a Míriam (Números 12:1-9). Jehová castigó a Míriam con la terrible enfermedad de lepra. Basicamente, Mírian fue quien inició las intrigas y criticas contra Moisés, incitando a su hermano Aaron a afrontarlo.

A pesar de Moisés saber el porqué del castigo de Míriam, le suplicó a Dios que la perdonara y le devolviera la salud; y el Señor lo escuchó. Después de su curacón, Míriam tuvo que permanecer siete días en cuarentena, antes de regresar al campamento de Israel (Números 12:10-15). La Biblia nos dice que Míriam se arrepintió y aceptó su correctivo. El profeta Miqueas  (Siglo VIII a C.), dijo, que el Señor reconoció a Míriam como una enviada suya. Él dijo: “Procedí a enviar delante de ti a Moisés, Aaron y Míriam” (Miqueas 6:4).

 

Catequesis:

¿Qué aprendimos de Míriam?

Míriam fue elegida por Dios para ayudar a su hermano Moisés en la dura misión de liberar al pueblo judío de la esclavitud egipcia. Pero Míriam se dejó llevar por los graves defectos humanos, y empezó intrigas contra su hermano.

Míriam aprendió su lección; y su castigo ha servido a las siguientes generaciones como ejemplo, para entender que Dios escucha lo que decimos y ve lo que hacemos en contra de nuestros hermanos. Por lo tanto, de una forma u otra recibimos un merecido castigo, un correctivo por nuestros errores.

Debemos aprender que, para agradar a nuestro Padre Dios, debemos evitar la envidia, crítica, egoísmo, traición, y todas las malas acciones que perjudican a nuestro prójimo; y al mismo tiempo, nos perjudicamos nosotros mismos, ante Dios y los demás.